Ayer en la mañana estuve oyendo un debate musical de lo más cómico, al parecer vecinos de la zona estaban en plena sanguinaria contienda por el título del orgulloso dueño del mejor sistema de sonido de la cuadra: en el edificio de atrás alguien escuchaba música clásica, mientras que en la vecindad de al lado alguien se empeñaba en oir algo como banda tipo Kpaz de la Sierra, mezclado con Juanga, pero más rascucacho, y a todo volúmen... en domingo por la mañana!! Ya ni la.... cómo les explico que mis dormingos son para recuperarme de la juerga sabatina?!

No es que tenga algo en contra de los distintos gustos musicales (entiendo a la perfección que nadie me entienda por mi apreciación a Pink Floyd y a la música electrónica), pero no por ellos voy a torturar a todos los vecinos del edificio a que se chuten mi música.

Sin embargo de todo ésto se desprende una curiosa observación para la cual he acuñado el cariñoso término de 'Síndrome de la casa de lámina': un severo padecimiento de distorción de la realidad.

Para que quede claro, me refiero a estas humildes casitas de lámina con piso de tierra, pero con un súper estéreo de última generación con sonido surround conectado a una pantallísima de plasma... y periódico en las ventanas porque ya no ajustó el presupuesto para las cortinas.

Es una imagen mental risible, pero a la vez triste. Sólo me habla de un tipo de pobreza: la pobreza mental. O será que yo soy demasiado pragmática y lógica y no consigo entender por qué cuernos alguna de las familias que vive en la vecindad al lado de mi edificio tiene un mejor equipo de sonido que el mío (una bocina en torre pequeña con entrada para mi iPod).

Me parece que esta pobreza mental es producto de una distorsión absoluta de prioridades que no consigo entender (y que agradecería que alguien me la explicara). Es la peor ofensa al carpe diem. Ahí está la familia humilde viendo las novelas en la pantalla de plasma con un a todo volúmen. El equipo multimedia de ésta senclla familia pudo haberles costado unos varios miles de pesos que... ehm, esteeee... ¿no hubieran sido mejor invertirlos en mejorar su vivienda?! Es pregunta.

La cuestión de no ahorrar y embarcarse en créditos abarrota cada principio de año el Monte de Piedad. Estoy segura que muchas de las cosas que la gente va a empeñar ahí son producto de algún regalo o alguna compra impulsiva hecha con el monto del aguinaldo. ¡Qué soberana desesperación! Tener que hacer horas de fila para empeñar tu Xbox o las joyas de tu abuela para tener qué comer... es un precio muy alto a pagar por falta de previsión, y desgraciadamente, ésta ya es una forma de vida.

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